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lunes, 25 de noviembre de 2013

LOS MIMBRES DE LA MEMORIA

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El cestero iba pasando los mimbres mojados con fuerza y habilidad entre los cuatro haces básicos que conformaban la nueva pieza. Esta iba a ser —lo veía en su imaginación— una cesta grande, resistente como para cargar con por lo menos cinco kilos de patatas viejas, o de castañas secas, o de cebollas salidas, o de mazurcas reinas como aquellas que coleccionaban las chiquillas más coquetas en su infancia, con un asa de vara gruesa curvada, diametralmente atravesada de lado a lado a fin de empuñar el mundo como el cestero lo había hecho siempre: con la boina calada, la mirada directa, el pitillo apagado reposando en los labios bajo el bigote serio y las manos de labrador morenas, agrietadas y sabias. Tan sabias, que cuando la mente del abuelo cestero ya se había rendido hacía meses y retirado al refugio de la inconsciencia senil, ellas continuaron hasta el último día trenzando los mimbres invisibles de la vida.

Imagen de Jose Rolando Palacios Barnuevo.


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