Buscar este blog

martes, 8 de octubre de 2013

ALEGRÍA AHOGADA

Las tres niñas se agitaban alegres como el viento movía las hojas del peral que les proporcionaba sombra y dulces frutos. Varias ramas arriba, su tío encaramado trataba de esconder de la vista y el alcance de las pequeñas una vieja botella plástica de agua vacía entre el follaje. Antes de que el hombre lograse bajar del árbol para retarlas formalmente a recuperar el objeto con varas, palos y demás aparejos que supliesen la infantil impotencia trepadora, la tía, uniéndose espontáneamente al equipo de sus sobrinas, cogió varias peras semipodridas del suelo y comenzó a lanzarlas en dirección a su marido y a la botella. Entre risas y aullidos histéricos de la diminuta afición, tras unos pocos intentos fallidos que rebotaron en la cabeza del tío bromista, el plástico cayó triunfante, desatando entonces la imparable vorágine de aplausos, abrazos y chillidos de felicidad que nace de la nada más barata: el afecto. 
Otras familias en rededor miraban absortas esa alegría franca, sencilla, carente de malicia alguna, que solo los niños y quienes juegan con y como ellos pueden concitar. Ellos, por su parte, allí varados en el parque junto al puerto de Misrata, nada veían más allá de sus risas contagiosas. Hasta que les anunciaron la salida inmediata del barco y todos recogieron los pocos bártulos que eran sus vidas. Las sonrisas no se había apagado todavía cuando subieron a aquel férretro que jamás alcanzaría Lampedusa, la puerta europea del sueño de tantos eritreos.

2 comentarios: