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miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL HOMBRE QUE NO LO SABÍA

Aristóteles P. había llegado al primer puesto en el ranking mundial de hombres más envidiados del mundo, al decir tanto de las prestigiosas y sesudas  revistas económicas, como de las lacrimógenas y sensibleras de papel couché que ahora mismo él apilaba a decenas sobre la colcha de la cama. Las redaccciones de unas y otras —más bien, las consultorías carísimas a las que estas se los encargaban— basaban sus informes analíticos en criterios absolutamente científicos, objetivos y cuantificables, de modo similar a lo que en otra época pasada, más impulsiva, había sido denominado cuestión de fe, es decir, indiscutible. Alguno de aquellos vectores ponderados —leía Aristóteles en este punto— eran, por ejemplo: 
La posesión de acciones, palacios o parcelas en suelo útil urbanizable, puesto que la tierra agrícola y mucho menos la inculta apenas era valorada ahora en los mercados bursátiles. Otro, la renta personal anual, ya fuera en salario, en rentas o en donaciones sistemáticas, aspecto en el que los políticos subían muchos puntos cuando se hallaban en sazón de gobierno. Un criterio crucial era el afecto de los hijos, que se calculaba directamente proporcional a la media diaria de besos espontáneos de menores de diez años, o bien indirectamente proporcional al número de peticiones de dinero, si el retoño superaba esa misma edad y hasta los 45 años (se rumoreaba que por este motivo los famosos se lanzaban a adoptar tantos niños).
Y otra ponderación de las más complicadas de computar estaba basada en el número exacto de mujeres con las que el personaje analizado había mantenido, por lo menos en una ocasión, relaciones sexuales completas, o sea, con eyaculación (las malas lenguas decían que pagaban a las sospechosas una buena suma por responder un sí o un no).
Así pues, Aristóteles P. era envidiado por todo el orbe, no habría un hombre más feliz que él en la faz de la Tierra. Y Aristóteles lloró entonces de alegría: no lo había sabido hasta leerlo en aquellas portadas. 

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