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miércoles, 1 de mayo de 2013

POR VEZ PRIMERA

Tenía cincuenta y cinco años cumplidos, treinta de vida laboral cotizada, pero hoy, 1 de mayo, era el primer día de su existencia en el que iba a hacer uso de su inestrenado derecho reivindicativo de manifestación en la calle. Eso, porque estaba desahuciada a las cunetas laborales, o sea, al paro indefinido, al igual que sus veinte compañeros abocados a un ERE de extinción; o porque nunca había protestado por casi nada a sus jefes o gobernantes y ahora así se lo pagaban unos y otros; o tal vez porque puntualmente durante todos estos años de trabajo había confiado en aquella mentira que sus padres, sus profesores o superiores jerárquicos le habían inculcado a fuego: "el trabajo dignifica". Mierda, se repetía a cada paso mientras asía contra su pecho, con fuerza y algún nerviosismo, aquella bandera que un sindicalista recién presentado le tendió al comenzar el acto. Mierda dignifica, mierda de engaño. El trabajo de su brazo financiaba a los poderosos, no su futuro ni el de sus hijos, no su jubilación en la vejez, sino las cuentas bancarias en paraísos fiscales de unos ladrones de guante blanco. Y ahora comprendía perfectamente el significado de aquella imagen que recientemente había visto en una pared pintada de su barrio y que tanto le llamó la atención: un fornido puño en alto portando un martillo y siendo loncheado poco a poco como un jamón por una máquina cortafiambre. Joder, qué tonta había sido no protestando nunca, pensando qué difícil era gobernar y qué bien que otros lo hiciesen por uno. Cuántos obreros como ella antes seguían pensando aún que su obligación era únicamente bajar la cabeza, ponerse el ronzal y seguir arando década tras década por donde el amo o la política de empresa mandase para aspirar a una jubilación apenas holgada y viajes del Inserso a Mallorca. "Tenemos lo que merecemos", pensó.
Por eso, hoy, 1 de mayo, día del trabajador, esa obrera casi sexagenaria gritó por vez primera en la calle, bandera anarquista en la mano, como una joven Libertad guiando al pueblo, que no quería más gobierno que el directamente ejercido por los ciudadanos, ni más trabajo que la alienase ni explotase, ni más mansedumbre nunca jamás. Y por una vez en su vida sintió hervir la sangre.

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