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jueves, 2 de mayo de 2013

EL BANCO

Con un traje Ralph Lauren aislándolo del cargado ambiente del banco, el ejecutivo apoyado en el quicio de la puerta sigue releyendo "El País" del día anterior, ese trozo de papel que los gurús del éxito denostan como envoltorio de pescado toda vez caduca. La actualidad muere en cuanto se seca la tinta que la imprime, pero en los tiempos que corren lo actual siquiera resiste el final de una lectura. Aburrido del diario que abandona sobre un revistero, ahora desenfundando raudo el IPhone5 y acariciando erráticamente con su pulgar la pantalla impoluta, el hombre sonríe levemente de modo automático, mira sin ver la variopinta y zigzagueante cola que avanza lenta, y devuelve sus pupilas nerviosas al ajedrez virtual que lo enfrenta digitalmente a sí mismo. Carraspea antes de contestar educado pero tajante a la señora de atrás que le plantea cualquier espinosa información insustancial: "No, yo... vengo a gestionar un asunto con la dirección del banco". Ni siquiera ha escuchado lo que le han preguntado, da igual, putas ganas tiene de hablar con nadie de aquí. Gira, pues, su cabeza hacia delante y se concentra en preparar mentalmente la estrategia comercial de las citas de esta tarde, ya que esta vez tiene en sus manos el producto de su vida, el único que le importa, el que ha de vender sin excusas, sin fallos y con un plan de márquetin de urgencia: él.
Media hora de espera después, el elegante personaje alcanza el mostrador y apenas balbucea ante el voluntario que lo atiende:
- Yo... creo que... bueno, me han dicho que aquí dan comidas sociales. ¿No?
El asistente del banco de alimentos asiente.
- ¿Para cuántas personas?
- Dos adultos y dos niños.
Cuando se da la vuelta con los menús, el voluntario admira durante un instante el magnífico corte del traje del desconocido, calculando para sus adentros cuántas comidas le sufragará antes de tener que volver a visitar el comedor.

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