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viernes, 5 de septiembre de 2014

EL PULPO TEO

El pulpo Teo había nacido en el borde temporal del mundo, lo cual quería decir para muchos, que era el momento en que se iba a acabar la vida tal y como había sido conocida hasta entonces. " No hay futuro"—clamaban algunos peces—. "Lo que les espera a estos pequeños..." —vaticinaban otros mirándolos sin querer verse en sus escamas. Pero eso al pequeño pulpo verdiblanco le daba absolutamente igual. A él solo le interesaba mover con fuerza sus ocho patas color hierba golpeando sobre las piedras o las mesas de los bares sumergidos, comer cuando tenía hambre los ricos bichitos y los sabrosos potingues que le daba su mamá, o escuchar muy atento las canciones que su papá o su tío le cantaban poniendo exquisita voz de barítonos. Todo era muy divertido y diferente cada día: los barcos que pasaban con sus quillas barrigonas, las cuerdas habitadas por los millones de mejillones criados en las bateas, la luz del sol que salía cada jornada —a veces cegadora y a veces apenas una débil linterna que silueteaba las algas—, las nasas que su familia le había enseñado a evitar, los ruidos variopintos que trataba de emular... No comprendía el pesimismo generalizado de aquellos habitantes marinos que temían el cambio, la transformación del océano y del mundo. Es más, aunque de color diferente a todos sus semejantes, el bebé octopus se sentía más pulpo que ninguno o tan pulpo como cualquiera. Él se consideraba el futuro mismo aún sin poder explicarlo. Y efectivamente lo era. 





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