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viernes, 25 de abril de 2014

ARGUMENTOS COLATERALES

Abrió el periódico por la página de sucesos y reconoció en la hoja impar la cara estampada en rotativa de un antiguo conocido al que hacía largos años de olvido que no veía. Realmente podría decirse que fue un fugaz admirador escolar al que no hizo demasiado caso, y que al parecer siguió teniendo, hasta el último momento, tan mala suerte con las mujeres como cuando ella lo frecuentaba. En la imagen aparecía colgando cabeza abajo del balcón de su casa, un tercer piso —decía el texto— en un edificio de antes de la Guerra Civil —juzgó ella valorando la fachada— de aquellos pintados a dos colores parejos bien coordinados, con dinteles ornamentales en puertas y ventanas, así como coquetos florones en los voladizos. Al parecer, su poco amante esposa, en comandita con su querido cubano —y, por otra parte, socio reciente del difunto—, lo había desangrado como a un puerco en la bañera y después, puesto sus carnes a airear toda la noche al fresco como reza la vieja tradición latina de la matanza. Ya no llevaba gafas —pensó—, o quizá los perpetradores de tan terrible final pensaron que no las necesitaba más. Seguramente ahora la pareja estaría leyendo la prensa en algún paradisíaco paraje al otro lado del charco, gastándose sin mesura los cuartos del modesto empresario y malogrado marido. 

Firmaba la crónica otro nombre que le sonó y que por fin logró entresacar de las telarañas de su infancia: aquella feúcha compañera suya de pupitre que un día, sí, era verdad, le había robado un beso al gafapastas en la fila. 





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