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viernes, 6 de septiembre de 2013

POÉTICA QUÍMICA

¡Hostia, claro! Joder, cómo no lo habían entendido en todos estos siglos.... El cabrón sabía bien lo que decía en su Poética: el arte imita la naturaleza, la mímesis es esa capacidad que tiene la obra artística de representarla asemejándose a ella... pero no a su imagen, ¡cuidado!, sino a su estructura, a su arquitectura constructiva, a su armazón. Hijo de puta, el Aristóteles de los cojones... Ya sabía que por ello existen solamente tres géneros literarios naturales: lírico, épico y dramático, a los que siempre se puede adscribir cualquier obra. ¿Y por qué tres? A la mierda que se correspondan con pasado, presente y futuro como trataban de explicar en el Romanticismo, pues una poesía, narración o pieza de teatro puede ubicarse en cualquier tiempo; tampoco se infiere que tengan que ver con la persona que habla —yo, él y tú —como decía Hegel, pues hay novelas, por ejemplo, en primera persona, o hasta en segunda...; y mucho menos posible es esa peregrina teoría de Northop Frye que relaciona los géneros literarios con las estaciones del año, ¡que además son cuatro, por favor...! Bertrand Russell, es verdad, sí le anduvo cerca cuando pensaba en la armonía o estética de los acontecimientos fijos, del ritmo de los procesos periódicos y del atomismo, pero no. Ninguno llegó a concluir que la literatura, o el arte, vamos, mimetiza la vida en sus tres estados materiales: sólido como resultan los poemas preñados de significaciones cuando no cristalizados por estrofas medidas; líquido, con los átomos de narración siempre contenidos precisamente por el narrador inexcusable; o gaseoso como pulula el teatro y sus personajes inmediatos al público, la estructura literaria más liviana y más real de todas. ¿Cómo se podía ser tan listo hace dos mil cuatrocientos años?

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