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martes, 14 de mayo de 2013

MAÑANA DE TOROS

Soñaba que su jefe iba directo a su mesa como un tiro sibilante y certero, aunque solo indetectable para él, que no podía, desde hacía hora y media, cuadrar el puto balance del mes de abril. Cuando se percató de su presencia, inevitablemente ya lo tenía estallando dentro del tímpano:
-¡Qué cojones pasa con eso, Manolo? Te doy cinco minutos. Cin-co; y lo quiero listo en mi despacho para revisar y enviar a la central.
El jefe repetía cin-co ante la mirada agazapada de toda la planta comercial mientras prácticamente estampaba su palma derecha abierta contra las gafas del degradado contable, antes subdelegado financiero de la prestigiosísima consultora. Luego marchaba empuñando el móvil como una muleta amenazante hacia el resto de los empleados y salía por la puerta grande hacia la temible cueva que era su despacho.
El contable veía, sudando, correr sus últimos cinco minutos de vida y, al cabo, cogió los papeles enfilando hacia su destino. Dio dos golpes con los nudillos, entró y se sentó ante el jefe, que hablaba por el manos libres mientras engullía una tostada de mermelada y mantequilla, al tiempo que se iba preparando otra.
-Que sgggí, joder, yggya te loggg dijjje, hosgggggtia.... Sois todos unos negggggados, vaya panda de....aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagggggggggggggggggggggggggggggggggggggggggggggggg!!!!!!!!!!!!
Manolo se había levantado y destrozado el tarro de mermelada de frambuesa contra las fauces abiertas de su oponente. La sangre provocada por los fragmentos de cristales clavados en su nariz y barbilla se mezclaban con los chorretones de roja fruta machacada, resbalando por la nívea camisa de marca. Los ojos del jefe lucían húmedamente asustados, como los de un ternero pillado en falso junto al calor de su madre, tanto, que ni osó moverse un ápice cuando Manolo cogió el HTC ONE de encima de la mesa y se lo introdujo limpiamente en la boca bien lubrificada, primero con dos dedos, luego empujando hasta el fondo con la palma.
Cuando salió arrastrando su capote, el público vibraba...
Sonó el despertador. Eran casi las ocho y Manolo aún tenía el balance por cuadrar.

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