Recordó cuánto le gustaba leer los tebeos al sol, en la huerta detrás de la casa los sábados por la mañana. Le encantaban los dibujos: detallistas de Esther y un mundo setentero centrado en Juanito; algo descuidados pero impresionistas al pintar al flemático Sir Tim O'Theo plantado todas las tardes junto a Patson bebiendo una pinta en el pub El Ave Turuta... Pero reconocía que lo que más y mejor recordaba de aquel imaginario era la fabulosa nomenclatura de historias y personajes que poblaron su infancia y adolescencia gracias a las viñetas de las revistas "Mortadelo" o "Pulgarcito" o "Tío Vivo". Porque la mejor definición de Deliranta Rococó, por ejemplo, estaba precisamente en ese nombre que la clava, con desbordados volantes evasé, su moño empingorotado o su inacabable boquilla vamp asida por sus dedos como chorizos. O qué decir de los indicativos geniales de aquel absurdo Rompetechos comedor de flores, del maestro diminuto e histérico que debía subirse a las mesas para dominar a su jauría de alumnos —El profesor Tragacanto y su clase que da espanto—, o de la no siempre avenida pareja que constituían Maripili y Leopoldino, un matrimonio muy fino. Se había carcajeado una y mil veces con las aventuras de la súper rechoncha Fina, el terror del Remanso; o con las expresiones grotescas —¡Ridiela!— del basto Agamenón, más bruto que un garbanzo e "igualico-igualico que el defunto de su agüelico"; por no olvidar a la familia Cuervo loco pica, pero pica poco; o las Tremebundas Fazañas de don Furcio Buscabollos, trasunto risible de un quijote aún más loco asesorado por su yegua y escudera Isabelita.
Por eso ya en su juventud se hizo fan del Nominalismo y pensó que la realidad universal no existe sin un nombre concreto que la defina. En el sustantivo está la esencia. Gracias Ibáñez, Vázquez, Raf, Schmidt, Rovira... y tantos otros autores.
¿Algunas paginillas con tebeos? (Historietas)
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